Carlos Granés, el ensayista del delirio, en la Mitad del Mundo

Carlos Granés, el ensayista del delirio, en la Mitad del Mundo


La visita del ensayista colombiano Carlos Granés a la Universidad San Francisco de Quito fue un éxito entre sus lectores y nuestra comunidad universitaria compuesta por profesores, estudiantes e intelectuales que asistieron a la conferencia pública el 6 de febrero en el Teatro Shakespeare y a los talleres privados para estudiantes y maestros, el 6 y el 7. 

Granés conversó en un panel con Pablo Lucio Paredes, Carlos Espinosa y Santiago José Gangotena, profesores de la USFQ, atendió a las preguntas del público, respondió a entrevistas de medios de comunicación y firmó ejemplares de su más reciente libro, el afamado Delirio americano.
 
En la USFQ tuvimos el honor de dialogar en exclusiva con Granés acerca de su concepción de la escritura, su trabajo actual y futuro y el impacto de
Delirio americano entre el publico hispanoamericano. Aquí, las respuestas a la conversación realizada el 7 de este mes. Incluimos la grabación de la entrevista completa.

 
El libro tiene un bagaje enorme de referencias intelectuales, literarias, artísticas, pero ¿qué estás leyendo ahora?
 
Ahora estoy metido en un berenjenal tremendo: estoy intentando entender el momento fundacional que no aparece en Delirio americano y nos remite a inicios del siglo XIX, a la fundación de las naciones latinoamericanas y a los procesos de independencia, las luchas independentistas. Estoy tratando de entender la mentalidad de la gente que estuvo involucrada en estos procesos. Ando metido con los próceres, leyendo a Bolívar, a San Martín, a Florencio O’Leary, a Bernardo Monteagudo, a todos los personajes que participaron en estos procesos. Son lecturas interesantes porque buscan entender qué tenían en la cabeza estos personajes que cambiaron el curso de la historia americana. Vamos a ver qué sale, yo nunca sé exactamente qué va a salir.
 
Estoy leyendo a Andrés Bello, Alocución a la poesía. No había leído yo a Andrés Bello, era un vacío en mi formación y aprovecho mis proyectos para llenar los huecos en mi formación. He descubierto un poeta impresionante, gran poeta: Bello. Y leo a otros poetas menores que, sin embargo, intentaron en esos primeros años pensar las nuevas nacionalidades o la nueva identidad americana desligada de España y que son los que intentan encontrar referentes simbólicos que permitan diferenciarse del español y de alguna forma intentar un primer atisbo de identidad latinoamericana. Son poetas que comienzan a hablar de lo azteca, de lo inca, de una forma muy libre, muy especulativa, pese a que se nota que no tenían idea de ello, pero como era un tema propio o, al menos, no español, servía como un referente que establecía una diferencia con lo español. ¡Hasta los argentinos decían que eran incas! Estoy empezando a leer eso, apenas estoy dando los primeros pasos.


Carlos: ¿no es una quimera buscar la identidad latinoamericana y, peor aún, una identidad nacional, colombiana, ecuatoriana, brasileña…?
 
Es lo que yo pienso, creo que se destina demasiada energía, demasiados recursos intelectuales tratando de definir algo que en nuestro caso es muy difícil de definir porque somos mezcla de muchas cosas y toda definición es excluyente: una definición es un límite, por lo tanto, quien no encaja en ella podría sentirse excluido. Yo creo que es sano deshacerse de esa obsesión, de esa pregunta por la identidad y dejar de preguntarnos qué somos, qué hemos sido, y más bien estar abiertos a qué podemos ser porque América Latina no ha dejado de cambiar, no ha dejado de evolucionar, no ha dejado de recibir migraciones, no ha dejado de mezclarse, de ser como una olla creativa de donde salen cosas nuevas. Es mejor aprender a vivir con esa incertidumbre, con esa mezcla permanente y vivir con eso. Asumir que si tenemos una identidad que sea esa la apertura a la mezcla porque lo demás sí creo que ha gastado energías y, finalmente, los resultados han sido la fragmentación de un continente que estaba unido.
 
¿Qué opinión te merecen los sociólogos…? Porque los sociólogos y también los antropólogos tienen una obsesión por ciertos temas como la identidad.   
 
(Risas.) Sí, es verdad. Yo soy un poco traidor a mi campo disciplinario. Como decía un amigo mío: “tú eres el único antropólogo liberal que hay en la humanidad”. Posiblemente es cierto. No es normal que un antropólogo reniegue o se desencante de ideas comunitarias o, como es mi caso, empiece a detestar toda palabra como “pandilla”, “colectivo”, “agrupación”, “manada”, toda palabra que convierte al individuo en masa, que lo desindividualiza. Es verdad que por la temática de estudio se tiene a ver el colectivo y a reivindicar al colectivo. Y no: a mí, en realidad, me interesa más el individuo. Creo que si ha habido alguna carencia en América Latina es la reivindicación del individuo. Supongo que es una tara católica, incluso jesuítica, de querer vivir en una misión jesuítica, en una comunidad donde el individuo simplemente parte de un organismo más grande que él donde cumple una función y donde hay un conductor que piensa por uno. Entonces tu vida está resuelta, está todo arreglado porque sabes cuál es tu puesto en la sociedad y no tienes que labrarte tu propio destino. Esta imagen es tranquilizadora, pero a mí me parece aterradora. No hay nada más desafiante y enriquecedor que ser dueño de tu propio destino, sin conductores, sin mesías, sin redentores que te salven, que te digan cómo vivir, cómo pensar, que te digan cuál es tu lugar en la sociedad. Entonces sí: por eso soy un tanto traidor a mi campo disciplinario. Soy ensayista por eso.

 

No sé si recuerdas que el discurso del Premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez, se llamó “La soledad de América Latina”. Ayer en tu conferencia mencionaste esto del individuo, esta fijación en América Latina por huir del individuo. ¿No es esa soledad de América Latina el miedo a los individuos?
 
Totalmente. Es el miedo a asumir una idea europea moderna que es la del autor individual. Es curioso que me hagas esta pregunta porque esta noche voy a enviar al diario ABC para el que trabajo un artículo que se llama “Bukele y la soledad de América” que justamente habla de ese tema: habla sobre esos anhelos de soledad que se manifestaron muy bien en la entrevista que los periodistas le hicieron a Bukele. ¿Qué dijo Bukele?: “Señores, nosotros intentamos para nuestro país las recetas de la ONU, de la Unión Europea, y eso no funcionó. Ustedes no van a venir a decirnos lo que es democracia, nosotros estamos haciendo aquí algo nuevo”.
 
Eso en realidad no es nada nuevo, es, simplemente, la típica consecuencia de renunciar a Occidente, el “no vamos a contaminarnos de los valores occidentales, de los sistemas políticos occidentales, de las constituciones occidentales, vamos a inventar nuestro propio sistema de gobierno adoptado a nuestras problemáticas, a nuestra variedad racial, a nuestra singularidad histórica, a nuestras culturas, a lo que sea”. Y esto que podría sonar sensato queda desmentido porque la solución cuando se dan esos argumentos, la solución a los problemas americanos siempre es la dictadura, es el autoritarismo, es Bukele… Bolívar ya lo decía en 1812: en 1811 se redactó una constitución venezolana inspirada en la sajona, en la gringa, y al año siguiente Bolívar está diciendo que eso ha sido un error porque esa constitución federalista ha debilitado al Estado central, ha concedido libertades para gente que no está preparada para la libertad, eso ha debilitado al Estado y por eso la primera república se ha perdido. Desde ahí empieza a recelar de ese préstamo de Occidente y empieza a abogar más bien por sistemas centralistas, autoritarios. O sea, la solución para América Latina no la tiene Europa, la tenemos nosotros, pero esa solución siempre es autoritaria. Por eso desconfío cada vez que alguien reclama soledad, cada vez que alguien pide que Europa no se meta en nuestros asuntos, como hizo Bukele. Eso significa que lo que está fraguándose es una dictadura.  

 

Me resultó muy interesante tu concepción del ensayo como un género a partir de lo que no se sabe: explorar a partir de lo que no se sabe con el objetivo de construir. ¿Para ti, entonces, el ensayo siempre parte de preguntas a las que quieres darles respuesta? Delirio americano ha sido un verdadero delirio para dar esa respuesta.
 
Yo realmente parto de una única certeza y es que hay muchas cosas que no entiendo, que no sé, que desconozco, que no he leído, y hay un momento en que esa ignorancia empieza a molestarme, empieza a parecerme inquietante. ¿Cómo puedo pretender presentarme como una persona mínimamente culta si en realidad tengo unos vacíos brutales en mi formación, si en realidad creo entender América Latina, pero no tengo idea de América Latina? Porque no he estudiado al Ecuador, no he estudiado a Venezuela, no he estudiado a Panamá, a los países vecinos. Entonces hay un punto en el que digo: “esto debería saberlo, debería entenderlo, debería aproximarme a ello”. Y me empieza a acosar la vergüenza, creo, la irritación, hasta que digo “empecemos, pues, empecemos a llenar esos vacíos y vamos a ver qué sale, vamos a ver qué va pasando”. Es muy intuitivo, es muy azaroso, no tengo un plan de trabajo. Ese mapa lo voy haciendo, ese mapa que introduce el libro. Suelo hacer cosas así y esta vez que lo tenía, me dije: “¿por qué no lo pongo?” Es un esquema no de lo que voy a hacer sino de lo que voy haciendo, un esquema que me ayuda a ver las conexiones, la difusión de las ideas. Y así, poco a poco, voy tratando de ver qué es lo que pienso sobre las cosas: yo no sé exactamente qué pienso sobre las cosas hasta que no escribo. Para mí la escritura es una herramienta de pensamiento indispensable. Siempre sé que hay cosas que me atañen, que me preocupan, pero hasta que no me siento a escribir, no sé qué pienso exactamente sobre ellas. La misma escritura me lleva a analizar y a tomar posición. El ensayo es un género que se adapta exactamente a mi forma de pensar, a mi forma de acercarme a la realidad, de tratar de dominar la realidad que es entendiéndola, de usar la escritura y, sobre todo, la escritura literaria, la mejor escritura de la que sea capaz para pensar.


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