Muchos ecuatorianos han comenzado a reclamar por el aumento del crimen y la violencia en el país. ¿Por qué se ha producido, según usted este súbito despunte?
El problema de la violencia es muy difícil de solucionar. Por ejemplo, muchos criminales suelen ser hijos no deseados. Un estudio en Estados Unidos, que se puede ver con claridad en el libro Freakonomics, demostró que 18 años después de que se pasaba una ley pro-aborto la criminalidad se reducía y viceversa.
Considero que el principal problema es que en nuestros países existe una falta de ética, hay una relatividad moral, que, más que inmoralidad es amoralidad. Por ejemplo, los líderes toman decisiones y dictan políticas no basados en principios sino para hacer mal a alguien o mejorar a otro, léanse las constituciones ecuatorianas, la ley de universidades, las preguntas de la nueva consulta. Todo esto, pese a que se dice que el Ecuador es un país católico, que en teoría debería tener gente con marcados principios de bondad.
La criminalidad, poniéndolo sencillo, es un ataque al cuerpo o a la vida. Si no hay respeto al cuerpo del otro, una sociedad no tiene principios. Esto implica falta de respeto a la vida del otro. Es la revolución al estado de la naturaleza: el salvaje. En sociedades de cuarto mundo, como la nuestra, no se da valor a la vida ni a la propiedad. No se tiene en mente el carácter único de una persona ni el sudor, el trabajo, el tiempo, que está detrás de la propiedad de alguien, por pequeña que ésta sea.
Adicionalmente, estamos llenos de líderes prepotentes, groseros, soberbios, con el comportamiento del típico macho latino, que buscan denigrar al resto. Con esa incongruencia entre lo que se dice y se hace se promueve una pérdida de respeto a la vida y la propiedad. Las actitudes prepotentes se contagian.Si la gente ve un líder violento piensa “yo también tengo derecho a serlo”.
Siempre se señala a la exagerada desigualdad económica como un motor de violencia en una sociedad.
No creo que la pobreza sea causa de criminalidad. En mi juventud, cuando no había petróleo y todos los ecuatorianos éramos mucho más pobres, Quito era, como se dice siempre, una isla de paz. Incluso, cuando había un ladrón, sabíamos su nombre, porque, aunque apartado, era parte de la comunidad. Con el crecimiento, la falta de valores en la familia, se han ido perdiendo los principios.
Las desigualdades pueden promover la envidia; pero cuando hay principios, entre ellos el cristiano del amor al prójimo, esto se aplaca. Pero cuando no hay esos principios, la sociedad se olvida del amor y la solidaridad. Los latinos pregonamos la solidaridad, lazos de comunidad, de ayuda al prójimo. Es retórica vacía; se puede encontrar mucha más solidaridad en cualquier país occidental capitalista sea Holanda, Estados Unidos, Bélgica, que aquí. Allí la gente ofrece su tiempo para ayudar a otros desinteresadamente, no por obligación. Si obligamos es hipocresía.
Otra fuente de violencia son los gobiernos. Ellos promueven la expoliación a los ciudadanos. Sabemos que no producen nada y sin embargo tienen prebendas inalcanzables para la mayoría de los ecuatorianos. Las diferencias son de todo orden: económico, prebendas en hacer colas, sociales, además del enriquecimiento de los burócratas, que en nuestros países parece ser la forma natural de subir de status, el poder que le da al burócrata entronado en la ventanilla hasta las más altas esferas. No se dan cuenta que no son permanentes y que son nuestros empleados. Aquí no hay bondad para con el prójimo. El motor del día parecería ser la envidia, la soberbia, la falta de humildad, pero decimos que somos humildes.
La inseguridad económica, no necesariamente la desigualdad económica, es otra causa de violencia. Estudios demuestran que el ciudadano que tiene inseguridad de su mañana se vuelve violento. Esto es culpa del gobierno con su política de gresca y continuos cambios, no de seguridad y tranquilidad, no buscando que el ciudadano crezca sino trasquilarlo.
¿Cree que existe una relación entre corrupción y crimen? Muchas veces se persigue a los delincuentes, pero no a los corruptos.
La corrupción es a todo nivel y es un motor de violencia. Cuando una persona que no ha producido nada ni aportado poco a la sociedad goza, pese a ello, de una buena posición económica y poder, genera rencor y sensación de injusticia. La corrupción apoya esta amoralidad. La legislación que se genera es amoral y nadie la respeta. Esto nos obliga a buscar amigotes, a pagar coimas. El problema es la corrupción sobre todo entre aquellos a los que les hemos permitido como sociedad que sean los que lleven las armas: policía y fuerzas armadas. La corrupción no es una causa, es una consecuencia de valores culturales. Individuos que diseñaron entornos en el que se puede atacar impunemente a miles de personas.
Hoy por hoy nuestros procesos de justicia son tan incoherentes que definen el robo, ¡en función del monto! En ese sentido, la cultura indígena es mucho más clara con su “no robar, no matar, no mentir, no ser vago”. Robar es robar, no importa el monto y es una pena menor.
También debemos considerar que es violencia aprovecharse de la ignorancia y actitudes primitivas de nuestra población para subir al poder. Han pasado siglos y no cambiamos de proceder, lo que cambia son los apellidos y mantenemos un sistema educativo perverso, dominado por la demagogia y la ignorancia. Claro que es difícil cambiar desde dentro si los líderes son también productos de ellas mismas.
Es obligación de nuestra empleada, la burocracia, promover la confianza en su labor y crear un estado de confianza, por lo tanto de paz. Sin confianza la gente huye (cientos de cientos de ecuatorianos deciden a diario huir del Ecuador). Al gobierno ni le va ni le viene. Huyen los indefensos, pero son los emprendedores, es decir el país pierde a los posibles promotores de riqueza. Sin confianza no importa cuanta plata bote el gobierno en gasto no corriente, el pueblo se ha empobrecido, la burocracia enriquecido. Recuérdese que con todo el oro del nuevo mundo, España estaba quebrada. Es el trabajo del ciudadano lo que mantiene la riqueza. Los países petroleros están llenos de miseria y la miseria con contrastes motiva la envidia.
¿No inciden también factores externos como el narcotráfico?
Es verdad. Además de factores internos tenemos los externos. El narcotráfico tiene el mismo efecto que la corrupción: aparecen ricos que no producen nada y eso genera rencor, envidia y sensación de injusticia. Con el jugoso negocio de la droga viene una secuela de otros problemas de violencia.
Además, la salida de la base norteamericana de nuestro país, sumada a otras políticas, ha hecho que se genere la percepción de que nuestro país favorece el narcotráfico. Cuando hablamos de percepción no estamos hablando de un supuesto, sino de una realidad: las percepciones es lo que es la realidad y no “meras percepciones”, como decía el entonces ministro Bustamante.
Ante la circunstancia actual han aparecido también diversas propuestas radicales. Muchas veces la gente exige endurecimiento de penas, incluso la pena de muerte, o se producen linchamientos. ¿Qué piensa de estas reacciones?
No estoy a favor de la pena de muerte porque hay demasiados casos de gente condenada erróneamente gracias a la habilidad de un fiscal. Sin embargo, la sociedad sí debe tener cierto tipo de castigo ejemplar. En ese sentido, estoy de acuerdo, hasta cierto punto, con la justicia indígena, aunque también se producen errores. No obstante, en casos obvios, que sí los hay, sí creo que deben haber castigos ejemplares, convertirlos en parias, condenarlos al ostracismo, pero estas medidas son efectivas donde hay principios, sentido de lo que es correcto. En sociedades amorales no creo que sea tan efectivo.
¿Qué medidas urgentes deberían tomarse, según usted, para paliar la crisis actual?
La situación ha llegado a un punto crítico . En el punto en el que estamos debe permitirse que se lleven armas. Ni nuestra casa es ahora nuestra casa, ya es de todos. Parece increíble que ni la casa del mismo alcalde es reconocida. ¿O es que no se ha vuelto norma social que los criminales entren en la casa de uno? Esto es una demostración de la falta de valores y de la permisividad a que hemos llegado. Así como hace falta protección, hace falta la valoración de principios mínimos. El más mínimo es el cuerpo y el siguiente la propiedad. Esto implica reconsiderar la retórica vacía de los líderes y su falta de principios.
Finalmente, su retórica y acción se dispersan por la sociedad como ejemplos a seguir. Así, inventar antagonismos, subrayar diferencias no es crear una nación. Lo aprendimos en la escuelita: hay que juntar a las personas, no motivar la desunión. Esa es la acción del líder, evitar confrontación y unir a los ciudadanos.
Y a largo plazo, ¿cuáles son los valores que según usted se deben recuperar?
El primer principio es el cuerpo, en el sentido de primero, pues sin él no existiríamos. Esto implica que el primer principio deber ser la vida de uno. Sin ella no existe sociedad. No es al revés, como dirán los inmorales. El segundo es la libertad o ¿es que en este cuarto mundo no se dan cuenta que por eso denigramos a los esclavos, que a nadie le gustaría ser esclavo? Sin embargo, en el siglo XXI, en el Ecuador se discute la libertad de pensar, la libertad de prensa. Ese es el nivel de amoralidad a la que hemos vuelto, es una selva llena de monos con necesidades primarias.
También comparto con los griegos y su noción de verdad, bondad y belleza. No sé en qué orden van necesariamente, pero estoy seguro de la que belleza te lleva a la bondad. Cuando uno ve algo bello, no le dañas. La falta de bondad en nuestro país es evidente cuando vemos la falta de confianza que existe. No tenemos confianza, sino suspicacia, sospechamos siempre del prójimo. Hay una estadística que dice que el 80% de los ecuatorianos se despierta convencido de que alguien le va a hacer un mal. Por eso no crecemos, por la falta de confianza.
Por más que el gobierno tenga más recursos, debido a las “bondades” de la naturaleza y no por nuestro esfuerzo, las cosas no mejoran sensiblemente porque nadie tiene confianza en que puede mejorar. Además, vivimos en un entorno feo que genera una falta de bondad y confianza. Una casa bien pintada, genera un clima de seguridad, de tranquilidad y paz, y eso produce gente bondadosa, que confía. Pero vemos que a nadie le importa vivir en casas feas, en lugares sucios, vestirse mal o mentir en chiquito. Eso es la falta de bondad, verdad y belleza en la vida de la gente. Esos son los valores que deben recuperarse y promoverse a través de la educación y la familia. No soy religioso, pero que la religión ha servido muchas veces para darle valores a la gente, especialmente a aquella de baja educación y a la pobre. Ahora corremos el riesgo, luego de que la religión se ha replegado, de que no haya valores que la sustituyan.
¿Qué piensas ante lo sucedido con Guiomar Vega?
Guiomar fue profesora fundadora y la primera decana del Colegio de Comunicación de la universidad. Era una artista y comunicóloga brillante. Se llevaba muy bien con todos, tenía una gran facilidad para el trato, tanto con colegas como alumnos. Era muy amable y ayudó mucho a la universidad en su inicio, en La Casita. Estuvo unos 4 o 5 años trabajando con nosotros, buena profesora, con un máster por la Universidad de Ohio.
El caso de ella es el colmo de la brutalidad y muestra la crisis a la que ha llegado nuestra sociedad. Estamos en un punto en el que casi todos hemos sido ya víctimas de algún ataque contra nuestra integridad o propiedad. El caso de Guiomar me recuerda además, en tanto y en cuanto ella se encontraba trabajando junto a la comunidad local, que de ella salieron sus victimarios. Aquellos lamentables refranes “ningún comedido sale con la gracia de Dios” o “cría cuervos y te sacarán los ojos” son tan reales en sociedades atrasadas.
Muchas personas son solidarias y condescendientes con los criminales, sin entender que esos sentimientos no son recíprocos, en tanto el delincuente es, por definición, manipulador. El que una persona que está ayudando a sus congéneres sea masacrada de esa manera demuestra que el vaso se ha derramado. Lo que ha sucedido ahora, lo que estamos viendo, es que muchos criminales han encontrado una razón de ser, una justificación moral para su proceder. Les parece normal ese comportamiento y piensan, ¿por qué no? Además de que actúan convencidos de que saldrán impunes gracias a leyes basadas en retórica tercermundista, es decir de una mayoría ignorante y sin principios.
Artículo de Opinión publicado en el Periódico Aula Magna de la Universidad San Francisco de Quito.
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